¡El CERRO DE LA MONSERRATE!
Dr. Wilfrido Soto de Arce, PH. D.
¡El CERRO DE LA MONSERRATE!
Los secretos de mi hermosa ciudad natal...
Arecibo, es una ciudad fascinante
y merece ser redescubierta, pasear por sus calles y rincones observar de cerca
las estructuras históricas que posee, admirar su bello Centro Urbano, sus areas
de entretenimiento y el devenir de sus gentes, así comenzaríamos a descubrir
los secretos de mi terruño. Al caminar por sus calles, te sorprenderá una
ciudad engalanada con árboles frondosos en sus Plazas, calles De Diego, Palma y
el Paseo Víctor Rojas junto al Malecón, sin olvidarte de sus hermosos paisajes
de mar, río y arenas. Estas pinceladas paisajistas, nos ofrecen una experiencia
única y maravillosa de poder sentir, como lo antiguo y lo moderno se unen a la
naturaleza.
Pero, para apreciar su potencial
yo les recomendaría verla primero desde cierta altura. ¿Que les parece ir a la
azotea de la escuela Franklin D. Roosevelt, y observar desde esa atalaya la
antigua ciudad? Sin duda alguna, contemplaremos una espectacular vista
panorámica del lugar, que recrea un
precioso paisaje natural y urbanístico de nuestro querido pueblo. De
repente, uno se siente conmovido ante tanta belleza y frente a nuestros ojos
aparece...la hermosa Villa del Capitán Correa. La paz que desde allí se siente
es...singular, mágica e inigualable.
Recuerdo una ocasión en que yo me
encontraba en este lugar, con mis amigos Raúl Rodríguez y Carlos Mora Heredia,
conversando sobre agradables momentos del pasado: ¡Que memorias!...Era un lindo
día soleado... cuando los tres amigos decidimos subir a la azotea de dicha
Escuela. Al llegar, echamos una mirada a nuestro alrededor y nos convertimos en
mudos testigos de este majestuoso paisaje, plasmado en nuestra mente, como si
fuera una tarjeta postal. Desde la azotea, los tres pudimos contemplar la plaza
de recreo, el azul de nuestro bello mar, las montañas, el verdeluz de su valle
y sus curvilíneos ríos. Entonces, dijimos: ¡Que hermoso es nuestro pueblo, como
Arecibo...ninguno!
Al bajar de la azotea de la
Escuela Roosevelt, vimos algunos deportistas subir por sus escaleras,
corriendo, caminando o trotando en la subida o la bajada del Cerro. Enseguida,
vino a mi mente una escena fílmica del personaje de atleta-boxeador, Rocky
Balboa, que fuera interpretado por Sylvester Stallone, quien ascendía las
escaleras corriendo con el más mínimo esfuerzo, hacia lo alto del Museo de
Filadelfia. Escena, que no es difícil imaginar que ocurra en nuestro pueblo,
porque los atletas además de los caminantes con sus idas y venidas, entusiasmo
y algarabía le dan vida al lugar. De igual forma, los niños pueden disfrutar de
los juegos mecánicos infantiles en unión a sus familias.
Luego de saludar y despedirnos de
los recién llegados, los tres amigos decidimos caminar un rato por nuestro
casco urbano. Y es que nada puede hacer más feliz a un arecibeño, que dar una
nostálgica caminata por sus estrechas calles diseñadas para ser recorridas peatonalmente.
Sin embargo, lo más importante del paseo no es solamente apreciar la belleza
arquitectónica, sino que de esta forma se va afirmando la identidad de cada
uno, con la ciudad. Además, compartimos anécdotas personales o los relatos que
nos contaron nuestros padres y abuelos y de esa forma, a pesar de su deterioro,
hemos aprendido a amar aún más... a nuestro querido Arecibo.
Ante nuestros ojos aparece una
topografía irregular, pero de suave ondulación, siendo esta influenciada por la
prolongación del Cerro de la Monserrate, que discurre hacia el sur, este, oeste
y norte. El relieve del Casco Urbano, varía entre llanos e inclinaciones
moderadas, mientras que las áreas planas de los barrios de Buenos Aires y la
Puntilla, soportan generalmente las crecidas periódicas de los ríos cercanos.
Estos elementos fisiográficos, obligó a los españoles a crear un tejido de
calles urbanas donde se alternan, declives, bajadas, subidas, callejones y
escalinatas, que hacen más atractivo el Centro antiguo de Arecibo. Esta
topografía, tan peculiar le ha dado al pueblo una característica muy llamativa
para todo aquel que nos visita, y constituye uno de los encantos de la ciudad.
En otras palabras, vemos como el diseño tipo tablero de ajedrez de las calles
de nuestra Heroica Ciudad, se adaptaron a los diferentes desniveles del
terreno, como si el Cerro fuera para los arecibeños, el ombligo del pueblo.
Esta armonía, de la naturaleza, el paisaje y su gente hacen del Cerro de la
Monserrate y de la Villa un elemento histórico y geográfico importante, en la
vida de distintas generaciones de arecibeños.
Pero lo cierto es, que el Cerro de la
Monserrate, hoy Plazuela Ledesma, esta lleno de mucha historia. En la época
colonial para el año 1736, se inició la construcción de una Ermita en el Cerro,
que debe su nombre a la Virgen de la Monserrate de Hormigueros. Este proyecto,
tardaría unos 20 años en levantarse. Desde su inauguración, los feligreses
acudían a la Ermita, a rezar sus oraciones. En ese tiempo, las monjas
Franciscanas, estaban a cargo de darle auxilio a los enfermos, desvalidos y a
las niñas huérfanas de la comunidad. Sin embargo, todo parece indicar que
varios terremotos ocurridos en el siglo XVIII, dejó en ruinas a lo que es
hoy...la Catedral y entonces en lo que se renovaba o habilitaba la Parroquia,
hubo que realizar por un tiempo las misas en la Ermita de La Monserrate.
Asimismo, adyacente a la Ermita, había un camposanto.
Y esto trae a mi memoria la figura,
del Obispo Juan Alejo Arízmendi y De La Torre. Cuenta la historia, que siendo
un joven sacerdote, Arizmendi acompañó al Obispo de Puerto Rico, Dr. Félipe
José de Trespalacios, en un viaje de regreso de la República Dominicana, con la
mala suerte que el barco naufragó el 16 de Julio del 1785, frente a los
arrecifes de las costas de Arecibo. Milagrosamente, ambos se salvaron. Cuando
se menciona el hecho, pensamos que es posible que fueran socorridos por algún
valiente pescador arecibeño. Gracias a este acontecimiento, la playita ubicada
al este del Faro, se conoce como la Poza del Obispo. Dieciocho años más tarde,
Juan Alejo Arizmendi y De La Torre, se convirtió el 27 de julio del 1803 en el
primer Obispo Puertorriqueño. Eventualmente, el Obispo Arizmendi fallece el 12
de octubre de 1814, mientras realizaba su segunda visita episcopal, a nuestra
Ciudad Heroica. Su cadáver, fue enterrado en un nicho construído para este
propósito, dentro de la Ermita de La Monserrate. Posteriormente, (1815) sus
restos mortales, fueron llevados a la Catedral de San Juan, donde ahora
descansa en la paz eterna.
Pasaron los años y la Ermita se fue
deteriorando hasta que eventualmente fue demolida por completo. Según los datos
históricos, el cementerio adyacente, dio paso a la construcción de un hospital
Municipal en el año del 1885, que estuvo en vigencia hasta el año 1927.
Entonces, ocurre un drástico cambio, y se construye en el mismo lugar un nuevo
edificio para dedicarlo a la docencia, denominado como la escuela elemental
Franklin D. Roosevelt. Estudié en este recinto hasta sexto grado. Acudíamos
todos los días “Cual bandadas de palomas,” a recibir de nuestras dedicadas
maestras, el pan de la enseñanza.
Como cosa curiosa, se hablaba en
aquel entonces (1946) de un esqueleto escondido en la cobacha de la oficina de
la Principal de la Escuela Roosevelt y que allí se encerraban a los niños de
mala conducta. Esto generó tal miedo entre los estudiantes... que ni siquiera
se atrevían a pasar cerca de dicha oficina, y mucho menos mirar hacia este
lugar. ¡Cosas Veredes Sancho!
Con el paso del tiempo, este
edificio fue deshabitado, y sus estudiantes relocalizados en la llamada “High
Vieja” que llevaría el nombre de Don Luis Muñoz Rivera. Ahora, tristemente
observamos que la misma se encuentra en un
estado de total abandono, la estructura carece de ventanas y portones
que evite el acceso de los deambulantes, que lo utilizan como albergue y depósito
de basura. Y esta situación de desasosiego, trae a mi mente un poema de la
inspiración del Dr. Cayetano Coll y Toste que lo dedicó a los Pinos del
Cementerio, que una vez existieron en el Cerro de la Monserrate y cito parte
del mismo:
¡Todo se ha hundido en la nada destrozado por
el tiempo,
o por la mano del hombre, siempre cruel con lo
que es viejo!
Sólo quedan unos pinos añosos y macilento que
llaman en el villaje
¡los Pinos del Cementerio!
A juzgar por este poema, parece ser
que al día de hoy esta percepción no ha cambiado mucho.
Mientras tanto, en el Cerro también
vivieron personas ilustres, como Doña Juanita García Peraza, que nació en el
pueblo de Hatillo, pero residió por algún tiempo en una casa actualmente abandonada
ubicada cerca de la Escuela Roosevelt. Según cuenta la historia ella estuvo
enferma y sus oraciones fueron escuchadas cuando empezó a asistir a una Iglesia
Pentecostal de la Villa. Eventualmente, respondió a una llamada del Señor...y
hasta habló en lenguas, formando entonces en Arecibo la primera Iglesia
Puertorriqueña, denominada “Congregación Mita.” A ella se le atribuía ser la
presencia del espíritu de Dios en la Tierra. Doña Juanita, era mejor conocida
como la “Diosa Mita” que predicó hasta
su fallecimiento en su Templo
principal, con sede en Hato Rey.
Del mismo modo, cerca de la
Roosevelt residió también el distinguido historiador y poeta: Don José Limón De
Arce, en cuya casa (abandonada) existe una placa alusiva a su persona. En su
libro “Poetas Arecibeños,” aparece en la página 173, un Poema del Dr. Cayetano
Coll y Toste que esta relacionado con su querido pueblo títulado: “Arecibo” y
cito los versos de las estrofas 10, y 11:
Habrá ciudades espléndidas
Cuyas grandezas admiro,
Y otros pueblos y otros campos
De mayores atavíos.
Más yo quiero a mi tierruca
Sus Palmeras y sus ríos,
Y el oleaje encrespado
De aquel mar, siempre bravío
Este poema, consta de 14 estrofas
que recomiendo a todo arecibeño leer íntegramente. En cada uno de sus versos el
Dr. Coll y Toste, expresa su amor por el terruño que lo vio nacer. a pesar que
residió en diferentes lugares, su mente y su corazón nunca se apartaron de su
adorado pueblo. Pensamiento, que nos une de todo corazón, pues el poeta y yo
coincidimos y compartimos este mismo sentimiento de sobrellevar un poco a la
distancia... la ausencia de los hermosos días que vivimos en la Villa del Capitán Correa. Y es que...
Arecibo es una Ciudad mágica, de belleza sinigual, llena de historia, de
hombres y mujeres con un gran acervo cultural, que a todos los arecibeños nos
enorgullece.
Entonces, amigo lector... ¿Qué
tal si se anima a dar un paseo por las hermosas calles de mi pueblo...? Pero eso si, le sugiero llegar hasta la
azotea de la Escuela Franklin D. Roosevelt, tal y como hicimos Carlos Mora
Heredia, Raúl Rodríguez y yo. Desde allí... usted verá una vista panorámica
espectacular de nuestro Centro Histórico. Lleve una cámara fotográfica. ¡Usted
me dará la razón!